La flor roja

Cuento la flor roja

Mon

25 de octubre de 2020

Por si en este momento no te apetece leer…

«Déjame que te cuente que hubo una vez…»

Un niño que empezó muy contento a ir a la escuela. Era muy pequeñito y la escuela muy grande, y el pequeño temió perderse. Pero cuando descubrió que podía ir a su clase con sólo entrar por la puerta del frente, se sintió feliz.

Una mañana, estando el pequeño en la escuela, su maestra dijo:

-Hoy vamos a hacer un dibujo.

¡Qué bien!- pensó el niño. A él le gustaba mucho dibujar. Podía hacer muchas cosas: leones y tigres, gallinas y vacas, trenes y botes.

Sacó su caja de colores y comenzó a dibujar.

Pero la maestra dijo:

– Esperad, no es hora de empezar. Y ella esperó a que todos estuvieran preparados.

Ahora – dijo la maestra-  vamos a dibujar flores.

¡Qué bien! – pensó el niño. Me gusta mucho dibujar flores. Y empezó a dibujar preciosas flores de colores.
Pero la maestra dijo:

– Esperad, yo os enseñaré cómo. Y dibujó una flor roja con un tallo verde. El pequeño miró la flor de la maestra y después miró la suya. A él le gustaba más su flor, pero no dijo nada. Y comenzó a dibujar una flor roja con un tallo verde igual a la de su maestra.

Otro día, la maestra dijo:

-Hoy vamos a hacer algo con barro.

¡Qué bien! -pensó el niño. Me gusta mucho el barro. Él podía hacer muchas cosas con el barro: serpientes y elefantes, ratones y muñecos, camiones y carros. Y comenzó a estirar su bola de barro.

Pero la maestra dijo:

– Esperad, no es hora de comenzar. Y esperó a que todos estuvieran preparados.

Ahora vamos a moldear un plato –dijo la maestra.

¡Qué bien! pensó el niño. A mí me gusta mucho hacer platos y comenzó a construir platos de distintas formas y tamaños.

Pero la maestra dijo:

-Esperad, yo os enseñaré cómo. Y ella les enseñó a todos cómo hacer un plato hondo.

Aquí tenéis -dijo la maestra. Ahora ya podéis comenzar.

El pequeño miró el plato de la maestra y después miró el suyo. A él le gustaba más su plato, pero no dijo nada y comenzó a hacer uno igual al de su maestra.

Y muy pronto el pequeño aprendió a esperar y mirar, a hacer cosas iguales a las de su maestra y dejó de hacer cosas que surgían de su propia imaginación.

Un día su familia se mudó a otra casa y el pequeño comenzó a ir a otro colegio.

En su primer día de clase, la maestra dijo:

-Hoy vamos a hacer un dibujo. Sacad vuestras pinturas.

¡Qué bien! -pensó el pequeño. Y esperó que la maestra le dijera qué hacer.

Pero la maestra no dijo nada, sólo caminaba entre las mesas.

Cuando llegó hasta el pequeño, la maestra le preguntó:

-¿No quieres empezar tu dibujo?

– Sí, dijo el pequeño ¿Qué vamos a hacer?

No sé hasta que tú no lo hagas -dijo la maestra.

Como tú quieras -contestó la maestra.

¿Y de cualquier color? -insistió el niño.

De cualquier color -dijo la maestra. Si todos hacemos el mismo dibujo y usamos los mismos colores, ¿Cómo voy a saber cuál es cuál y quién lo hizo?

Yo no sé… -dijo tímidamente el pequeño niño.

-Claro que sabes –dijo su maestra sonriéndole.

Y el pequeño comenzó a dibujar la única flor que sabía hacer: una flor roja con el tallo verde.

“Y colorín, colorado… Los cuentos, nunca son terminados”

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