El río perdido

Mon

8 de diciembre de 2020

Por si en este momento no te apetece leer…

“Déjame que te cuente, que hubo una vez…”

Un río perdido entre montañas, que yo encontré. Tenía entonces ocho años.

Nadie sabía dónde estaba, nadie en mi pueblo podía decirte cómo llegar. Pero todos, todos hablaban de él.

Cuando  llegué por primera vez  al río perdido, me di cuenta rápidamente de  que estaba allí; una se da cuenta cuando llega. Es el lugar más hermoso que jamás vi.  Había árboles enormes que caían hasta el río y peces de colores que navegaban en aguas transparentes. Me sentí tan feliz, que me quité la ropa y me metí en el río, y nadé entre los peces, y  sentí el brillo del sol y el agua, y sentí que estaba en el paraíso, y pasé allí toda la tarde. Cuando me fui, marqué el camino hasta mi casa para poder regresar.

Al llegar a casa le dije a mi padre:

-Papá, ¡encontré el río perdido!

Mi papá me miro, y rápidamente se dio cuenta de que no mentía. Acariciándome  la cabeza, me dijo:

-Yo tenía la misma edad que tú cuando lo vi por primera vez. Siempre quise volver, pero nunca pude encontrar de nuevo la ruta.

Y yo le dije:

-No te preocupes papá, yo marqué la ruta.  Dejé huellas y corté ramas, así que, podremos volver juntos.

Al día siguiente, cuando quise volver, no pude encontrar las marcas que yo misma había hecho, y el río se volvió perdido también para mí. Y entonces me quedó el recuerdo y la sensación de que tenía que buscarlo de nuevo, otra vez.

Dos años después, una tarde de otoño, mi papá leyó en el periódico que había una oferta de trabajo de guarda bosques. Mi papá necesitaba trabajo, así que fuimos con él hasta allí.

Mientras esperaba que le hicieran la entrevista, divisé en una pared un enorme mapa que reproducía cada lugar del condado, cada río, cada montaña, cada accidente geográfico estaba allí. Así que me acerqué con mis hermanos, que eran menores, para mostrarles el río perdido;  quise encontrarlo en el mapa. Buscamos y buscamos pero sin éxito. Entonces se acercó un hombre alto y fuerte que resultó ser el guarda bosques, y me dijo:

-¿Qué estas buscando, hija?

-Buscamos el río perdido – dije yo esperando su ayuda.

Pero el hombre respondió: no existe ese lugar.

-¿Cómo que no existe, si yo nadé allí?

El hombre dijo: habrás nadado en el Rio Rojo

Y yo le dije:

-Nadé en los dos y conozco la diferencia.

Pero el insistió: ese lugar no existe.

Entonces regresó mi papá y yo le tiré del pantalón y le dije:

-Papá, dile que existe el río perdido, díselo.

Y entonces el señor del uniforme me dijo mientras miraba  a mi padre:

-Mira niña, este país depende de que los mapas se atengan a la realidad. Cualquier cosas que existiera y no estuviera aquí, en el mapa del servicio oficial de guardabosques del estado, sería una amenaza contra la seguridad del país. Así que, si en este mapa dice que el río perdido no existe, es que no existe.

Yo seguí tirando de la manga de mi papá, diciéndole:

-Díselo, papá, díselo.

Mi papá necesitaba el trabajo así que, bajo la cabeza y dijo:

-No hija, él  es el experto y si él lo dice, debe ser que no existe.

 Y ese día yo aprendí algo: “Cuidado con los expertos”.

Hoy puedo decir con firmeza y sin miedo a equivocarme que…

 Si tú nadaste en un lugar, si mojaste tu cuerpo en un rio, te bañaste al sol en una orilla, no dejes que ningún experto te convenza de que ese lugar no existe. Confía en tus sensaciones más que en los expertos, porque los expertos son gente que muy pocas veces se moja.

“Y colorín, colorado… los cuentos, nunca son terminados”

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