Dos semillas

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Mon

23 de mayo de 2021

Por si en este momento no te apetece leer…

“Déjame que te cuente, que hubo una vez…”

Dos semillas, que a pesar de ser gemelas, eran muy distintas. Una era alegre y soñadora,  la otra apenas sonreía. La primera observaba feliz todo a su alrededor y confiaba en que pronto tendría su oportunidad. La segunda siempre estaba quejándose: que si el sol, que si la lluvia… ¡desconfiaba hasta de su sombra!

Ambas estaban en campo fértil, viendo pasar los días, cuando por fin, llegó el momento.

La primera semilla dijo:

  • Hermana, ¡qué contenta estoy! ¡Llegó el momento! ¡Quiero crecer! Quiero plantar mis raíces dentro de la tierra  e impulsarlas muy adentro. Quiero expulsar mis brotes a través de la tierra que esta sobre mí. Quiero desplegarlos como banderas que anuncian la llegada de la primavera. Quiero sentir el calor del sol sobre mi rostro y la bendición del rocío matinal sobre mis pétalos.

Y creció.

La segunda semilla dijo:

  • Yo tengo miedo, hermana. Sí impulso mis raíces dentro de la tierra que está debajo de mí, no sé lo qué encontraré en la oscuridad. Si me abro paso por la corteza dura, puedo hacer daño a los delicados brotes. Y además… ¿Y si al dejar que mis brotes se abran, un caracol intenta comérselos?  ¿Y si abro mis capullos?, ¡un niño pequeño podría arrancarme de la tierra! No, será mejor que espere hasta que no haya peligro.

Y esperó.

Un día, un granjero que vivía también en aquel campo fértil, abrió el corral y dejó que sus gallinas disfrutasen del buen tiempo. Estas muy contentas, cantando alegremente salieron del corral y  buscaron afanosamente entre la tierra algún manjar que llevarse a la boca.

La temerosa semilla, que no había querido hundir sus raíces en la próspera tierra, tembló al sentir muy cerca de sí el tremendo cacareo.  El embrión que habitaba su interior esperando desarrollarse y convertirse un día en una nueva planta, enmudeció de terror al ver una gallina, a menos de dos palmos de ella, cacareando feliz mientras buscaba y picoteaba todo a su alrededor. Y entonces, la gallina la vio.

 Y se la comió.

“Y colorín, colorado… los cuentos, nunca son terminados”

Basado en el cuento de Patty Hansen

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